El apego -también llamado aferramiento- es una palabra que tiene muy mala fama. Suena a sufrimiento, a dependencia, a obsesión. Es algo que quisiéramos evitar, por precaución o en un afán de experimentar independencia y demostrar madurez. Lo consideramos normal en los bebés o en los niños, que generan este apego con sus padres para sobrevivir. Pero eso que se aplica a los pequeños, en realidad sigue siendo vigente para los adultos. Somos seres sociales, necesitamos pertenecer a un grupo para conservar nuestra salud metal y garantizar nuestra supervivencia. O eso es lo que dice la teoría del apego, del campo de la psicología, que afirma que éste "se sustenta en bases biológicas (sistema conductual de control), sociales (impulso de contacto), cognitivas (registro y representación de las conductas y los vínculos) y dinámicas (significación de las conductas)."(1)
Se siente en el cuerpo
Todo eso suena muy teórico, pero todos hemos experimentado esa "necesidad" de otra persona cuando está lejos, o hasta de un objeto significativo -y hasta insignificante- que perdemos. Recuerdo, por ejemplo, el pensamiento obsesivo que me echó a perder un viaje. Se trataba de un viaje de trabajo, mi primer trabajo después de graduarme de la Universidad. Me habían mandado, por parte de la Embajada de Australia en México, a un evento en la Embajada de Australia en Washington. Del aeropuerto tomé un taxi hacia la Embajada y me puse a hacer anotaciones con mi flamante pluma fuente, regalo de graduación de mi papá, sobre los temas que íbamos a tratar en el evento. Muy emocionada, entré a la Embajada y, cuando iba a registrarme en la entrada, me di cuenta de que había olvidado mi pluma en el taxi. Me dolió el corazón. Mi contraparte en la Embajada logró localizar al taxista, pero él dijo que no había encontrado nada en el auto. El resto de la semana que pasé ahí, la última imagen de mi pluma, mientras escribía en el taxi, me daba vueltas en la mente obsesivamente.
Y si un objeto puede despertar ese tipo de apego, cuanto más no lo genera un ser humano que es importante para nosotros. La pérdida o la lejanía de un ser querido es un trance que duele en el cuerpo. Podemos reconocerlo porque pareciera que tiene volumen. Se siente como un hoyo en el estómago que te quita el hambre, o algo que aprieta en el pecho y recorta la respiración, como si ocupara parte de nuestros pulmones; forma inexplicables nudos en la garganta que nos hacen suceptibles al llanto con cualquier pretexto; ocupa un lugar inmenso en la mente, con pensamientos obsesivos que vuelven una y otra vez, como una infinita banda de Möbius en la que no te explicas cómo volviste a caer ahí, en esa imagen, ese pensamiento, ese recuerdo que parece que lo es todo, el principio y el final. Más o menos es así la anatomía del apego que, eventualmente puede desembocar en un duelo.
Estilos de apego Pero no todas las ausencias tendrían por qué generar un duelo ni esta intensidad de sensaciones dolorosas, a menos que tengamos un estilo de apego que no sea saludable.
De acuerdo a la teoría del apego acuñada por John Bowlbi y ampliada por Mary Ainsworth con la clasificación de tres estilo de apego, el Apego Seguro, el Apego Inseguro y el Apego Ambivalente, es de fundamental importancia que el niño desarrolle un apego seguro, para poder establecer, en su vida adulta, relaciones que le permitan vincularse desde un apego saludable y no patológico. Así pues, sabemos que el apego es fundamental en el desarrollo del ser humano, para lograr vincularse con otros, lo que le aporta bienestar y seguridad. Nuestra aspiración tendría que estar más en el cultivo de un apego seguro, incluso si nuestra experiencia en la infancia pudo haber generado un tipo de apego diferente. Hay mucha literatura al respecto de la Teoría del Apego que, incluso se ha ampliado a cuatro tipos de apego. Pero una pista infalible de que necesitamos trabajar en mejorar nuestro estilo de apego, es la sensación de que lo que nos dará seguridad o satisfacción está fuera de nosotros y, sin ello, no podemos ser felices.
Cultiva un apego seguro
1. Trabaja en estar en paz con la incertidumbre y no centrarte en el resultado, pues las expectativas son generadoras de mucho sufrimiento.
2. Busca la manera de ser autosuficiente, y no sólo en lo material sino, sobretodo en lo emocional; trata de no depender de nadie más para obtener aquello que te da bienestar y felicidad.
3. Identifica la diferencia entre aquello que quieres y lo que necesitas; a menudo no es lo mismo, y quedarte atorada en lo que quieres, puede ser también una importante fuente de insatisfacción.
4. Finalmente, cultiva tu capacidad de presencia plena. Habitar en el presente con toda tu atención te permite tener mayor claridad de mente y corazón, para reconocer cuando estás cayendo en un patrón de apego destructivo y revisar tus conductas de apego que pueden llevarte a un sufrimiento innecesario.
El apego patológico no es inherente a nadie, no es algo que no puedas cambiar. Como todo lo demás, se transforma y podemos hacer conciencia del tipo de apego que estamos experimentado, para contrarrestarlo en caso de que nos esté haciendo daño.
Conclusión
Trabaja en ti misma, cultiva tu capacidad de estar presente, cultiva la compasión y la empatía y, de ser necesario, busca ayuda profesional. Las relaciones interpersonales son fundamentales en la vida, y no hay nada mejor que llegar a ellas con la capacidad de aportarles seguridad, confianza, amor, bienestar, aceptación, respeto, desde un lugar de plenitud personal y generosidad, en vez de esperando que sea el otro quien nos resuelva nuestras inseguridades y nos haga felices, como si alguien en este mundo tuviera la capacidad de hacer feliz a otro.
Tu felicidad y tu plenitud te pertenecen, están dentro de ti para compartirlas, no hay nadie que te las pueda dar. Contacta con ellas y disfruta de la posibilidad de experimentar el sentido de pertenencia, la conexión profunda y la alegría de compartirte, desde un apego seguro, sintiéndote completa, plena, generosa y en paz.
(1)Barg Beltrame, Gabriel. (2011). BASES NEUROBIOLÓGICAS DEL APEGO: REVISIÓN TEMÁTICA. Ciencias Psicológicas, 5(1), 69-81. Recuperado en 02 de octubre de 2020, de http://www.scielo.edu.uy/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1688-42212011000100007&lng=es&tlng=es.
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