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¿Dónde están tus arcoiris?

Foto del escritor: Lilyán de la VegaLilyán de la Vega

Actualizado: 22 sept 2020

A veces sucede que voy atenta. Que salgo, por ejemplo, a tirar la basura y me encuentro de frente con el arcoiris más bonito que jamás hubiera visto. Habría podido salir, como otras veces, con la mirada clavada en la pantalla del teléfono, recorriendo el caminito que me sé de memoria, para regresar igual, en plan zombi, hasta mi casa a continuar con mis tareas. Y no habría visto el arcoiris. No porque no hubiera estado allí todo el tiempo, cruzando mi horizonte de este a oeste como enmarcando una vida de película rosa, sino porque yo no lo hubiera notado por andar tan ausente en la vida. Pero lo vi. Esta vez iba atenta, llevaba la mirada libre y miré hacia el cielo buscando aún más espacio. Y me paré en seco, parecía un arcoiris imposible.


Fotografía: Alicia Sánchez

Decidí caminar un poco más, buscando una perspectiva sin marañas de cables para capturar el asombro multicolor en una foto. ¡En todos lados había cables! Lo lindo fue que el arcoiris comenzó a jugar conmigo. Se escondía, así de grande e imponente, detrás de los árboles y de las casas. Mi atención estaba alerta, expectante, y seguí viéndolo detrás de casas y árboles por los que paso casi a diario, y en los que no había reparado. ¿Cuántos otros arcoiris me habré perdido mientras llevaba la mirada atrapada en la pantalla? Arcoiris de luz y cielo que me hacen soñar, y arcoiris de carne y hueso a los que amo y no miro. Hice algunas tomas que, por supuesto, no lograron atrapar toda la belleza que mis ojos veían en realidad, para compartirla. No quería que nadie se perdiera el arcoiris. Comencé a recibir imágenes por whats, otros tuvieron mi misma idea. La mejor fue la de mi cuñada, que me contó acerca de la emoción de mi sobrino de 6 años, que estaba tan azorado con el arco de luces en el cielo, que no se decidía entre llorar o reír a carcajadas, y sólo atinaba a decir que estaba muy emocionado mientras saltaba con la expresión indecisa en su carita. Los colores no se desvanecieron tan rápido. Se mantuvieron alegrándonos el cielo un buen rato. Pero al final, desaparecieron. Y me quedé tan sólo con el árbol ya impregnado de arcoiris para siempre. Desde la física sabemos que los colores no están en las cosas, ni en los arcoiris, sino en las luz que las ilumina, y en la forma en que procesa la información de luz nuestro ojo. Los colores no están realmente ahí, por eso, por más que lo perseguimos, no logramos alcanzarlo. Pero se ven tan reales, tan tangibles, que cuesta trabajo no intentar llegar hasta él para que nos bañe de su magia. Efectivamente, aquello que percibimos, y la forma en que lo interpretamos, se convierte en nuestra realidad, aunque ésta no sea percibida de la misma manera por otros, o aunque no sea percibida en absoluto.

Si yo no hubiera levantado la vista, el arcoiris no habría sido parte de mi realidad, para mí no habría existido, aunque él hubiera estado escondiéndose de mi detrás del árbol. Y eso pasa también con los arcoiris humanos, y con los arcoiris que son las circunstancias que vivimos. Cada persona y cada circunstancia en nuestra vida tiene un arcoiris escondido, lo veamos o no. ¿Dónde están los arcoiris de tu vida?

Hoy me quedo con el regalo de haber estado presente en mi caminata y haber podido llenarme la tarde de asombro, del sencillo gozo de sentarme sobre el pasto a contemplar ese espejismo que me invitaba a ir a buscar la olla de las monedas de oro. Decidí no perseguirlo, dejar de fotografiarlo, y simplemente mantenerme presente iluminando el cielo con mi mirada.

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