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La utopía de la vida simple

La vida simple parece, cada vez más inalcanzable en este mundo que nos alienta a una carrera contra el tiempo. Pero, espera, ¿no nos acaban de dar una pausa colectiva, mundial, irrevocable? ¿No fue esa la oportunidad que esperábamos para tomar aire y repensar el mundo? ¿Qué pasó con todos esas utopías de una vida más simple, que planeamos durante las largas charlas de cuarentena con amigos y familia, por zoom, por whats, por insta? Claro, pasó que ahora somos invitados a salir a esta "nueva normalidad" que parece querer emular a la antigua. Y pasó que no hay de otra: es necesario pagar las deudas, salvar empleos, reactivar la maquinaria para evitar que la estrepitosa caída de la economía siga causando más estragos. Y sí, cada uno tenemos nuestras circunstancias y, en mayor o menor medida, tenemos que sacudirnos el moho y comenzar a retomar el ritmo del tictac de reloj checador o del cronómetro que marca la fecha límite de pago.


Salud o economía, fue la disyuntiva a la que se enfrentaron los jueces que determinan el color de semáforo epidemiológico. Y aquí estamos, retomando el ritmo, con el rostro medio cubierto y los ojos aún brillantes de utopías de simplicidad. Y es que, una vez que se revela la visión, se nos queda impregnada en la mirada. Si la ignoramos suficiente, se convierte en una débil añoranza que apenas se asoma a través de los sueños olvidados al amanecer. Pero si la mantenemos viva, esa visión toma otra forma, más poderosa y presente, ¡se vuelve una utopía! De esas que, aunque nadie las crea posibles, van cambiando imperceptiblemente la dirección colectiva de los pasos, los nuestros y los de nuestros hijos, porque cuando se les cultiva con convicción y paciencia, son hereditarias y transforman en silencio los destinos.


No ignores tu utopía de una vida más simple. Déjala estar, sin aspavientos, alojada en los pliegues de tu nueva consciencia; habla de ella, en susurros o a gritos, como te guste más; recuérdala en tu afán por mantener los nuevos hábitos que te gustaron, de entre aquellos adquiridos en el encierro. No pierdas la fe en tu utopía, todo es cambio, lo acabamos de ver: lo imposible sucede de un día a otro, cuando menos lo esperamos. Sólo mantenla viva pensándola, hablándola, soñándola y, sobre todo, caminándola, al ritmo que tú puedas y quieras. Porque las utopías, diría el entrañable Eduardo Galeano, se alimentan de nuestros pasos y de nuestras miradas que las persiguen, igual que los arcoiris, y las estrellas fugaces, que transforman la realidad ante la vista de todos, aunque nunca los hayamos alcanzado.


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