Mañana, en México, se celebra el Día de Muertos. Esta hermosa tradición llena los panteones de mi país de papel picado multicolor, de veladoras encendidas, de copal que perfuma las casas y las calles, de calaveritas de azúcar con el nombre de los muertos y hasta de los vivos, de bellísimas flores de cempasúchil del color del sol, de mariachis para los difuntos y de ofrendas de comida, bebida, dulces, agua y sal para nuestros ancestros que visitarán el altar de casa la noche del 2 de noviembre.
El ambiente es agridulce. Ese día recordamos y, con el pensamiento y la aromática comida, invitamos a nuestros muertos a volver por unas horas para apapacharlos con los platillos que más disfrutaban y un caballito de tequila o una rebanada de pan dulce, dependiendo de sus gustos. Sin duda, extrañamos, pero no nos quedamos ahí, en la sensación de carencia, sino que dedicamos unas horas a arreglar una mesa con la generosidad y cuidado que la preparamos para una celebración entre vivos. Los traemos, y eso, nos ayuda a soltarlos, a dejarlos descansar en paz durante todo el año.
A mi me gusta aprovechar la ocasión para poner en mi altar (a veces en el altar físico y a veces en el de mi corazón), cosas que ya no quiero en mi vida, que quiero dejar ir con gratitud, para seguir mi camino con más ligereza. El ritual de altar de muertos me ofrece elementos perfectos para lograrlo. Es un espacio lleno de luz para mirar con claridad, lleno de color para honrar aquello que quiero agradecer antes de soltar, lleno de abundancia y generosidad, para devolver lo que no es mío cuando me hace daño, y dejarlo ir con amor, lleno del aroma relajante del incienso que me conecta con la serenidad para llevar a cabo este proceso de cierre voluntario en paz.
Este año, coloco lo siguiente en el altar de mi corazón, para dejarlo ir: 1. Dejo ir la ilusión del control en mi vida. Dosmilveinte me ha dejado claro que más vale aprender a fluir con el cauce del río
que tratar de detenerlo.
2. Dejor ir la evasión de lo que no me gusta, con tal de evitar el conflicto. La convivencia intensa de la cuarentena me hizo ver lo desgastante que puede resultar posponer una plática incómoda.
3. Dejo ir la mala costumbre de decir sí, cuando quiero decir no a una invitación. Hoy valoro más que nunca el tiempo compartido con la gente que amo, con aquellos que me importan, con quienes quiero que sean parte de mi vida. No a los síes por compromiso.
4. Dejo ir las creencias limitantes en torno a lo que soy capaz de hacer a nivel profesional. Este tiempo raro ha puesto frente a mi oportunidades que nunca antes me había permitido tomar por falta de confianza en mí misma. Hoy sé todo lo que puedo, me lo apropio, me atrevo y lo logro.
5. Dejo ir la expectativa de que puedo hacerlo todo.
Me atrevo a elegir lo que de verdad le aporta a mi vida, desde mis muy personales prioridades y valores. Sé lo que puedo, y dentro de eso, sé lo que quiero. Lo honro.
6. Dejo ir la necesidad de cambiar al otro. Me apropio de mi capacidad de autotransformación o de movimiento. Me responsabilizo de la decisión de estar en donde estoy y asumo las consecuencias -las que me gustan y las que no me gustan.
7. Dejor ir mi prisa. Entiendo que todo tiene su tiempo, practico la paciencia.
8. Dejo ir mis prejuicios acerca de mí misma. Suelto las ideas preconcebidas acerca de lo que yo debería ser o no ser en este momento de mi vida. Agradezco con todo mi ser cada instante de mi vida que me ha traído hasta aquí.
9. Dejo ir la culpa. Recuerdo que he hecho lo mejor que he podido, con lo que he tenido, en cada momento de mi vida.
10. Dejo ir las expectativas acerca del futuro. Me comprometo a moderar, de manera amorosa y constante, mi hábito de generar expectativas y me enfoco en el camino, a cada paso, en el momento presente. ¿Qué te gustaría poner en tu altar de muertos este año?
Comments