Un año violento, de polarización, de incertidumbre económica en el mundo, de descubrirnos mirando la guerra y sus atrocidades en las pantallas de nuestra preferencia con la sensación de estar viendo una película o un video juego, como lejano, como ficticio, como si fuera posible que una guerra, que la muerte injusta y el dolor de inocentes fueran ajenos a nosotros, incluso estando al otro lado del mundo.
La guerra me queda lejos, sí, y aún así, cuando escucho un trueno de una tormenta o incluso el ruido de fuegos artificiales, no puedo evitar que me venga a la mente el terror que sonidos parecidos -seguramente mucho más fuertes- están causando en miles de niños, de jóvenes, de adultos, de ancianos que solo atinan a rezar para sobrevivir.
Esta Navidad deseo una verdadera noche de paz que se convierta en días de paz, en semanas, en meses en treguas, en acuerdos, en cese al fuego, en compasión, en empatía, en sensatez, en racionalidad, en muestras de humanidad...
Cuesta trabajo celebrar con tanto dolor y pérdida en el aire. Y si bien no tengo ánimos de celebración, sí agradezco e invito a los míos a hacer lo propio: agradezco los enormes privilegios que tenemos. Y no me refiero a ningún tipo de "lujo" que seamos capaces de pagarnos, sino a aquello que no consideramos un lujo porque lo damos por sentado, porque no podemos imaginar que algún día no lo tengamos, como los llamados servicios básicos como agua corriente, luz o un hogar que nos proteja del frío; una familia que nos haga sentir amados y nos de sentido de pertenencia; una convivencia respetuosa con los nuestros, en donde no somos víctimas de violencia doméstica; la posibilidad de vivir en un país que podemos llamar nuestro, del que nadie va a venir a corrernos; vivir en una región sin guerra, en donde si escuchamos algo tronar en el cielo corremos a asomarnos a la ventana pensando que son fuegos de artificio; una cena caliente sobre la mesa y hasta la ilusión de recibir un presente para Navidad.
Hace algunos años vi uno de esos videos virales en el que preguntaban a varias personas cuál es el mejor regalo de Navidad que podrían darle a la persona más importante de su vida; luego metían la variable de, si el dinero no fuera un tema y tuvieras un presupuesto infinito, ¿qué regalarías? Y al final, daban un giro de tuerca y preguntaban, "Y si éstas fueran sus últimas Navidades, ¿qué les regalarías?" La respuesta casi generalizada era, "mi presencia, mi tiempo". Hoy no puedo solo pensar en las personas más importantes de mi vida. Le doy vueltas en la cabeza y no tengo una respuesta que parezca suficiente, pero la pregunta que me planteo es, ¿cómo podría contribuir a una noche de paz para las personas víctimas de la guerra en nuestro mundo? ¿Cómo?
Si Jesús naciera hoy, afirman las noticias en los diarios estos días, "nacería bajo los escombros de una casa en Gaza"(1). Y no, no está naciendo Jesús, pero sí están viviéndolo innumerables niños, innumerables seres humanos que hoy no pueden aspirar a la presencia de sus seres amados que han muerto víctimas de esta guerra. ¿Qué hacer?
Algunas verbos -acciones- que me vienen a la mente más allá de los buenos deseos o la oración son: donar, protestar, boicotear, manifestarse, firmar peticiones. Ninguna me suena suficiente ni contundente, pero cada una contribuye en alguna medida a alcanzar esa noche de paz.
Prendamos una vela por la paz en esta Navidad, sí; oremos por la paz, también. Y sobre todo, comprometámonos con encontrar otras acciones que vayan más allá del anhelo, que impacten de manera más directa la realidad de quienes en estas fiestas no tienen en sus manos la posibilidad de cambiar su propia realidad ni la de sus hijos.
Comments