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Si-len-C-io: este año voy a mi propio ritmo

Para Isabel


Sonaron las doce campanadas, se terminaron las uvas, se apagaron las centellas de las luces de bengala, quedaron las copas vacías sobre una mesa inmóvil como pueblo fantasma, terminó la noche vieja de estruendosas risas y abrazos atropellados. Arriba, una bóveda celeste con lucecitas viajeras en el tiempo, que no devolvió los ecos de las voces que poco a poco se fueron acallando, nos cobijó de frío hasta que se asomó, allá en el horizonte, el primer rayo de luz de este nuevo ciclo de trecientas sesenta y cinco vueltas sobre nosotros mismos. Amaneció 2023. Y yo, no hice mis rituales.

Se quedó sin hacer la carta de año nuevo que llevaba haciendo veintisiete años, sin pausa; no logré articular mi palabra faro para este nuevo ciclo, ni siquiera enlistar mis propósitos de año nuevo, o pensar en un deseo ferviente para perseguir con mi red aérea caza-sueños, siempre lista al lado de mis ganas de comenzar el día.


Y no me estresé.

Me entregué al s-ilen-C-io.


Elegí el tempo largo que me dicta el invierno –el estacional y el de este ciclo personal que me atraviesa.


Este año no hice rituales

–quizá los haga más tarde,

si lo siento necesario.

No compré una agenda nueva

–me inventé una personalizada.

No empecé desde cero el día primero.

Solo he ido fluyendo con las horas.


Aguardo.

Me escucho.

Escucho incluso mis silencios.

Sólo siento… percibo…. Me percibo.

y camino al ritmo

de mi respiración.


¿Qué significa todo esto?

Se me aparece tanto la palabra si-len-C-io en estos días. Le he ido encontrando formas diversas y significados personales. Y por eso hoy me dio por inventarle una etimología de su existencia en mi vida. Ni la griega ni la latina me resuenan por sí solas. No es, en mi caso, una ausencia de palabras o de ruido; esos lo traigo en la cabeza, aunque nadie más lo escuche.


Es más bien un estado de ánimo

un anhelo

un refugio

un mar de olas de tiempo que me arrulla

un abrazo protector

una pausa en mi universo, para mí, sólo para mí,

que me va abriendo horizontes.


Mi si-len-C-io comienza por una afirmación, continúa con una textura interna, sigue con una metáfora de ciclos y termina con otro tipo de afirmación. Me explico.


Si-len-C-io, palabra camaleónica que se compone de:


Si de la afirmación positiva, del “sí, a todo sí” que me regaló el agua, del sí, sobre todo, a mí misma.


len del adjetivo latino Lenis, suave, dulce, blando. Como siento hoy mismo que me trata mi corazón y, por fortuna, también la voz susurrante de mi mente.


C una letra que proviene del alfabeto fenicio, en donde la representaban con un búmeran, de esos que nos recuerdan que todo lo que va, vuelve; todo lo que inicia, termina; todo lo que siembras, florece. C, entonces, de ciclo, de círculo, de cierre, de climaterio, de cumbre, de caleidoscopio, de catástrofe-que-culmina (al estilo griego).


io en el mito fundacional maorí es el dios que creó el universo. En mi mito fundacional del 2023 es la diosa dentro mío que está creando el suyo, a partir de todos los fragmentos de universos en infinita expansión y contracción que han sido cada uno de los días de mi vida a lo largo de las últimas cincuenta y tres vueltas al sol en las que he participado. Y es en ese sentido también la afirmación: Yo soy.


Así, definiría si-len-c-io como:


un dulce espacio de sí a todo lo que he sido, a lo que voy siendo y lo que seré en los años por venir. Un preámbulo de ritmo suave para seguir caminando con más conciencia de mi poder creativo.


Si-len-c-io es, definitivamente, mi mantra para el dos mil veintitrés. O lo está siendo. Ya veremos qué necesito en el siguiente instante.


Para este 2023 deseo que puedas disfrutar del privilegio de algunos instantes atemporales, hacerlos tuyos, a tu gusto, como los necesites, pero eso sí, llenos de tus si-len-C-ios.

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